sábado, 15 de febrero de 2014

¡El teatro...!  Ésa es mi locura más gratificante. Espectáculo, maquillaje, lentejuelas, aplausos, bambalinas...Todas esas cosas que hacen subir la adrenalina hasta límites insospechados, que hacen que todo lo demás desaparezca a mi alrededor y que solo existan:  los focos, el público y los aplausos de final. Ese lugar donde dejo de ser yo y soy quien quiera ser. Donde se me  permite no ser políticamente correcta, donde mis locuras no son vistas como las locuras de una perturbada y donde me rodeo de gente como yo, que se deja la piel en cada proyecto.

Recuerdo la primera vez que me subí a un escenario... mejor dicho, que NO me subí a un escenario. Era una obra del colegio yo tenía 8 años y llevaba un increíble vestido de novia que me habían arreglado a  medida y que todavía da vueltas por la casa de mis padres. Llegó mi momento de gloria y el miedo escénico me impidió salir, la profesora insistió, pero yo hecha un ovillo en una esquina me negué. Después de aquello se sucedieron obras en la iglesia, en el colegio... le cogí gusto y ya nunca paré. Cuando mis hijos empezaron al colegio un grupo de madres nos decidimos a formar un grupo de teatro y fue una experiencia maravillosa. Actuar para niños...que responsabilidad...es el público más exigente porque no entienden de diplomacia. Si no les gusta te pueden abuchear sin ningún problema y si les gusta te miran concentrados viviendo cada minuto como si todo aquello fuese real.

Pasada la etapa de nuestros hijos por el colegio, el cuerpo me pedía continuar y tuve la oportunidad de formar parte del grupo de teatro de la Universidad Popular de Fuenlabrada, en el que actualmente estoy. Esta vez había conseguido un escenario de verdad, con luces, efectos especiales, musica, decorado, vestuario... en fin, mi sueño hecho realidad. Yerma fue la primera representación.

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